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Cuando sufrimos una herida física, como una raspadura, una quemadura o una lesión, la curamos y el cuerpo la acaba de sanar dejando una cicatriz. Pero, ¿Qué sucede cuando la herida es emocional, en especial en la infancia?
Las experiencias traumáticas, negativas o difíciles que vivimos en nuestros primeros años de vida nos generan una cicatriz invisible a la vista que nos marcará en nuestra vida adulta de forma inconsciente.
En este artículo detallo cuáles son las heridas principales, cómo identificarlas y qué pasos puedes dar desde tu adulto emocional para sanarlas y vivir en libertad emocional.
¿Qué son y cómo se producen las heridas emocionales de la infancia?
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, ya habló en el siglo XIX de cómo las experiencias que vivimos en nuestra infancia y reprimimos, quedan en nuestro inconsciente y nos influyen profundamente en nuestra edad adulta.
Más tarde, tanto John Bradshaw como Lise Bourbeau hablaron de cinco heridas básicas. Todos tenemos alguna de ellas, incluso podemos tener varias en mayor o menor medida.
Es importante tener en cuenta que no depende tanto de las vivencias en sí, sino de cómo nuestro/a niño/a interior las percibió. Podemos haber vivido abusos graves pero haber tenido el acompañamiento emocional necesario que nos ayudó en nuestra recuperación y sanación, o haber vivido episodios aislados donde nos sentimos abandonados/as, y el hecho de haberlo hecho en soledad nos haya marcado de forma considerable.
Las heridas emocionales de nuestra infancia tienen un impacto significativo en nuestro desarrollo y madurez emocional. Pero eso no significa que no se puedan sanar, todo lo contrario, la vida nos pondrá ante situaciones en las que las revivimos en forma de conflictos para poder hacerlo y trascender la información inconsciente.
Heridas emocionales: señales que nos indican qué debemos de sanar
Analicemos cuales son las principales heridas, su efecto en nuestra vida adulta y cómo podemos transformarlas en impulso para nuestro crecimiento.
Cada una de ellas conlleva una máscara de protección, una personalidad que creamos para evitar el sufrimiento que nos causaron. Si bien de niños este mecanismo de defensa nos sirvió, en el presente nos limita y bloquea.
Hasta que no las hagamos conscientes, reviviremos esa herida una y otra vez para que tomemos como adultos la responsabilidad. Te animo a que te des el tiempo de analizar cada una de ellas y detectar con cuáles te identificas para dar pasos en tu evolución.
Herida de RECHAZO. Máscara: Huidizo
Las personas con herida de rechazo, la cual se despierta entre la concepción y el primer año de vida, no creen en su derecho a existir. Tienden a huir de su mundo con su máscara, de esta manera y al no estar del todo presente, evitan ser rechazadas, lo cual acaba siendo su sufrimiento.
Esta herida en ocasiones proviene de su progenitor del mismo sexo, hacia quien sintieron resentimiento, y que puede llegar a ser odio. Es importante que reconozcan este sentimiento sin juicio, sino como parte de la sanación, al fin y al cabo el odio es parte del amor.
Ese rechazo a su padre o madre les hace buscar su amor constantemente, a veces en otras personas de su entorno del mismo sexo. Al no aceptar a dicho progenitor, no se aceptan a sí mismas. Suelen ser perfeccionistas. Sienten que no son lo suficientemente buenas y que no tienen derecho a quejarse.
Sienten desvalorización y necesitan la aprobación de los demás. Pero por otra parte, cuando reciben mucha atención no saben qué hacer porque creen que molestan y prefieren la soledad. En una reunión se sientan atrás, y si les piden participar dicen que prefieren que lo hagan otros. Les cuesta mostrar su opinión cuando no se la han pedido porque creen que la percibirán como una crítica.
En resumen, las personas con esta herida no se vinculan emocionalmente para no ser rechazadas de nuevo, y acaban encerradas en su propio mundo imaginario. En su lado opuesto, se dan en exceso a la otra persona olvidando quiénes son.
La sanación de esta herida requiere darte mucho amor sin huir de tus emociones. Practica la asertividad, tus habilidades sociales y genera un entorno donde te sientas seguro/a y valorado/a.
Herida de ABANDONO. Máscara: Dependiente
La herida de abandono se despierta durante los primeros tres años de vida, cuando el niño o la niña siente que no tiene el suficiente alimento afectivo, físico o psicológico. Para no seguir sintiéndose abandonadas, las personas con esta herida se esconden tras una máscara de dependencia, sintiendo que necesitan apoyarse en alguien porque no se valoran por sí mismas.
El profundo miedo a la soledad que sienten les hace buscar atención y compañía, y si no la tienen manipulan. En ocasiones, provocan situaciones de conflicto para tener la atención de los demás, la cual nunca es suficiente puesto que proviene de un vacío emocional.
Son los salvadores cuando alguien necesita ayuda, ante los que se vuelcan para sentirse importantes, pero sobre todo, esperando afecto a cambio.
En su relación de pareja, necesitan una constante atención de ésta, pudiendo convertirse en obsesiva. Si no cubren sus expectativas lo viven con un gran resentimiento, Pueden mantener además relaciones de co-dependencia, en las que su felicidad depende de que la otra persona esté bien, o relaciones en las que sus parejas siempre las abandonan.
En sus opuestos, o no se comprometen con nada ni nadie sin terminar lo que empiezan o son demasiado estructuradas y no se permiten fallar o equivocarse. De cualquiera de las dos maneras, el mismo sufrimiento de la herida provoca que terminen quedándose solas.
Para poder sanar esta herida, es necesario que aprendas a estar en soledad. Haz un trabajo profundo de autoestima y confianza en ti mismo/a y en tus habilidades y decisiones.
Herida de HUMILLACIÓN. Máscara: Masoquista
La herida de humillación se despierta en el niño o la niña cuando comienza a hacer cosas solo/a y a comprender lo que dicen los adultos. Nace cuando siente que alguno de sus padres o cuidadores se avergüenza de él o ella. Su libertad fue coartada por una actitud represiva o de desprecio y sienten culpa. Es tal vez la experiencia más difícil de digerir para un niño.
Estas personas se crean una máscara de masoquistas, e inconscientemente buscan el dolor y la humillación auto castigándose antes de que alguien más lo haga.
Tienen miedo a la libertad porque ésta representa ausencia de límites y sentir demasiado placer, de lo que no se creen merecedoras. Y aunque en el fondo la desean profundamente, toman decisiones que les impiden ser libres por el mismo temor que le tienen a serlo. Cuando lo consiguen lo hacen sin límites y en demasía.
Son personas rescatadoras. Para sentirse dignas e importantes ayudan a todo el mundo, y así, siguen alimentando su herida. Piensan que ayudándolos no se sentirán avergonzadas, pero a veces esto mismo provoca que se sientan humilladas y utilizadas. Se convencen de que ayudan porque son buenas y pueden llegar a justificar a los que las humillan.
Temen ser castigadas si disfrutan mucho de la vida y no escuchan ni atienden sus propias necesidades por sentirse indignas de ellas. El mismo miedo a que se avergüencen de ellas les hace temer sus propios sentimientos, de los cuales desconectan.
El primer paso para sanar esta herida es reconocerla sin juicio. Acepta todas las veces que te has sentido avergonzado/a, no te valoras, te comparas o te criticas. Es importante un trabajo de autocompasión, establecer límites saludables, reconocer tus fortalezas y cualidades y el respeto hacia ti mismo/a.
Herida de TRAICIÓN. Máscara: Controlador
La herida de traición nace entre los dos y cuatro años de edad, cuando el niño o la niña desarrolla su energía sexual. Generalmente está ligada a su relación con el progenitor del sexo opuesto, ante quien hace todo lo posible por tener su atención. Además, cuando éste no cumple una promesa, pierde su confianza y se siente traicionado/a.
Las personas con esta herida generan una máscara de controladoras creyendo que así evitarán la traición. Son fieles a sus compromisos y se aseguran de que los demás también los cumplan, pero al mismo tiempo los temen por el miedo a romperlos.
Desarrollan una personalidad fuerte para no mostrar su vulnerabilidad, ya que para ellas la cobardía es un acto de traición. Intentan demostrar de lo que son capaces, además de que son responsables o especiales. Están convencidas de que siempre tienen razón e intentan convencer a los demás de ello.
En sus relaciones, comparan a su pareja con su padre o madre, y ponen en ella expectativas para compensar lo que sintieron que no recibieron de él o ella. Intentan controlarla, desconfían y la manipulan si es necesario para conseguir una prueba de amor.
Si no cumplen una promesa, harán todo lo posible por taparlo y mentirán para mantener su reputación, aunque están convencidas de que nunca mienten y no les gusta que otros lo hagan. Son personas exigentes consigo mismas y con los demás. Cuando delegan, exigen que todo se haga a su manera y tienen que verificar que todo está bien porque no se fían.
La sanación de esta herida inicia soltando el control. A pesar de que te va a resultar complicado hacerlo, al trabajar la autoconfianza, los límites saludables, la asertividad y mostrar vulnerabilidad, poco a poco te permitirás fluir.
Herida de INJUSTICIA. Máscara: Rígido, Inflexible
Esta herida se despierta entre los tres y cinco años de edad, cuando el niño o la niña se da cuenta de que es un ser individual separado/a de su entorno. En ese momento, si no puede expresarse y ser él mismo o ella misma, lo vive como una injusticia, en especial con el progenitor del mismo sexo.
Las personas con esta herida resguardan su dolor tras una máscara de rigidez, no permitiéndose mostrar su vulnerabilidad y sensibilidad, a pesar de ser muy sensibles.
Son personas muy perfeccionistas porque creen que si son perfectas también son justas, y están convencidas de que se las aprecia por lo que hacen y no por quien son. Se suelen encontrar con personas que sienten que les exigen, sin darse cuenta de que son ellas mismas las que lo hacen, siendo injustas consigo mismas al exigirse demasiado.
Les cuesta pedir ayuda e intentan solucionar los problemas solas o esconderse tras un falso optimismo para evitar el sufrimiento. Puesto que siempre procuran la justicia, si reciben algo que no les ha supuesto mucho esfuerzo, no se creen merecedoras y harán lo posible por perderlo.
Se esfuerzan en que su entorno sepa lo que hacen para demostrar que son responsables y merecen una recompensa, de esta manera no se sentirán tan culpables cuando se den un capricho. Les cuesta aceptar regalos por sentirse en deuda, y cuando les invitan a algo, si aceptan, se aseguran de recordar a la otra persona que la próxima vez pagarán ellas.
Siempre tienen algo que hacer hasta acabar agotadas, y cuando se relajan sin hacer nada se sienten culpables, en especial si alguien más está trabajando.
En relación a la pareja, les cuesta comprometerse por miedo a equivocarse al elegir.
La sanación de esta herida empieza por reconocer cuándo eres injusto/a con los demás, y sobre todo, contigo mismo/a. Trabaja la abundancia y la autoestima permitiéndote pequeños caprichos sin sentirte culpable.
Herida de INVISIBILIDAD
La herida emocional de invisibilidad se produce cuando el niño o la niña siente que no ha sido visto/a, reconocido/a o valorado/a por sus padres o cuidadores. Puede ser el resultado de una falta de atención emocional, invalidación de sentimientos o necesidades ignoradas.
Las personas con esta herida suelen ser perfeccionistas, intelectuales y desapegadas de lo material. No reconocen su propio valor y se sienten más cómodas eludiendo relacionarse y estando en soledad, haciéndose invisibles para evitar de nuevo el dolor que sintieron.
Son personas que buscan una constante validación externa desarrollando comportamientos excesivos en busca de atención. Tienen problemas de autoestima y dificultades para generar relaciones interpersonales por su incapacidad de expresar sus emociones. Les cuesta establecer límites saludables, defender sus opiniones y pueden volverse dependientes emocionales en busca de seguridad y reconocimiento. En ocasiones, sacrifican sus necesidades y deseos por satisfacer los de los demás, buscando así evitar ser ignoradas, invisibles. Recordemos que, de forma inconsciente, siempre vamos a buscar situaciones que nos hacen revivir la herida para así poder sanarla.
Si te sientes identificado/a con esta herida es importante que valides tus sentimientos y experiencias pasadas. Trabaja la autoestima reconociendo tus propios méritos y fortalezas sin esperar que los demás lo hagan. Cultiva relaciones que te brinden apoyo emocional y te permitan ser visto/a y valorado/a por quienes eres.
El poder de la sanación y la liberación de nuestro/a niño/a interior
Para sanar nuestras heridas, el primer paso siempre es reconocerlas. Después de validarlas, debemos hacer un trabajo de perdón y aceptación para entender que lo que vivimos es parte de nuestro proceso. Comprender que nuestros padres o cuidadores también fueron víctimas y tenían sus propias heridas, y que seguir culpándolos es hacerlos responsables de nuestras carencias cuando ya no les corresponden.
Al liberar nuestro pasado también liberamos a quienes nos ayudaron a evolucionar pero que no podíamos reconocer siendo niños.
No niegues o rechaces lo que te pasó y abraza la experiencia. Conecta con tu cuerpo y permítete sentir tus emociones. Podrás así sacar lo que ya no te sirve y liberar la energía retenida.
Entiende que muchas de las vivencias de dolor eran una interpretación, la manera en que las vivió tu niño o niña interior. Para poder sanarlas, las proyectamos en las personas de nuestro entorno, ya que sin ellas no podríamos conocernos a nosotros/as mismos/as.
Ya no necesitas las máscaras que te creaste, éstas fueron únicamente una coraza que ahora te está impidiendo ser auténtico/a y sentir el amor que eres. Ese niño, esa niña, estará contigo siempre, y aunque tuvo que aparentar ser quién no era, ya es momento de decidir quién quieres ser a partir de ahora.
Libros que me sirvieron de ayuda e inspiración:
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